sábado, 7 de noviembre de 2015

[ 2' 10'' ] La colección





Sus libros carecían de la palabra "Fin". Ese era su modo de darles continuidad eterna. Enlazando sus historias, el lector siempre tenía la necesidad de adquirir su última obra. Había descubierto la clave de su triunfo.

A su espalda se encontraban, ordenados cronológicamente, una veintena de libros pertenecientes a un mismo género. En esa colección había invertido los mejores años de su vida a cambio de múltiples éxitos efímeros. Incluso, había sacrificado a su familia en aras de un reconocimiento dentro del mundo del Terror. ...pero esa, esa es otra historia.

Acabó de escribir su manuscrito y, como de costumbre, decidió firmarlo justo bajo el título. Aquella acción la había realizado en todas sus novelas sabiendo que representaba un punto sin retorno. No volvería a leer el texto hasta verlo impreso.

Encima de la mesa se encontraban agrupados todos los capítulos que conformarían su última obra. Los ordenó con cuidado de no confundirse al numerar sus páginas, incluyó la portada recién firmada y del cajón de su mesa sacó una carpeta en la que introdujo el original. Todo estaba listo para ser enviado a su editor.

<<<<<>>>>>

Apagó las luces de su despacho y se dirigió hacia el dormitorio. Encima de la cama se encontraba el vestido gris perla, el bolso y los zapatos aún sin estrenar. Se vistió con calma y se apoyó en el escabel para calzarse los tacones. Mientras contemplaba su imagen reflejada en el espejo, sonreía, pensando en sus próximos pasos.

Una pequeña caja plateada permanecía sobre la mesita de noche esperando que su dueña se acordase de ella. La agitó, a modo de sonajero, únicamente para comprobar que en su interior aún quedaban suficientes pastillas. Más tarde, la guardaría en su bolso.

Salió a la calle y esperó a que pasase un taxi para subirse en él, camino de Bangor. Apenas habló con el taxista en los treinta minutos que duró el trayecto. Se apeó en las inmediaciones de Hayford Park ya que deseaba sentir el aire fresco mientras se dirigía, por Webster Avenue, a la cafetería del Club de Golf.

Sentada en la barra del bar, notó como los hombres se giraban al verla. Acostumbrados a retarse entre ellos, solo era cuestión de tiempo que alguno cayese en su trampa. Con la excusa de pedir una cerveza, un joven se acercó lo suficiente como para rozar su brazo, disculparse y, de ese modo pueril, entablar conversación.

Veinte minutos después salieron del bar y, entre carcajadas, se dirigieron al Riverside Hotel, a pocas manzanas de allí. El hombre se sintió mareado en el ascensor mientras veía pasar los números de cada piso. Una vez en la habitación, cayó desplomado sobre la cama. Las pastillas, disueltas en la cerveza, habían cumplido su cometido. Permanecía consciente, aunque paralizado por los efectos de la atropina.

Horas más tarde, la mujer abandonó la habitación dejando el cadáver de un hombre desollado. La cama, ensangrentada, mostraba la brutalidad del asesinato mientras que en el pasillo se encontraron sus vísceras esparcidas por el suelo. En las paredes, símbolos y mensajes diabólicos reivindicaban la autoría del salvaje crimen.

<<<<<>>>>>

Sentada ante su máquina de escribir inició otra novela. Sobre la mesa, las polaroid la ayudaban a recordar fielmente las escenas recreadas unas horas antes. El primer capítulo describía, con todo detalle, la tortura y posterior asesinato de un famoso hombre de negocios a manos de una secta satánica.

Sus historias siempre estaban basadas en hechos reales. 
¡Otro éxito de Brenda Swan!

Esteban Rebollos (Noviembre, 2015)


No hay comentarios: