domingo, 8 de noviembre de 2015

[ 4' 40''] La curiosidad...




Sentado en la terraza del bar, Jacob decidió leer el periódico local mientras esperaba por una taza de café bien caliente. Ojeó las primeras páginas sabiendo que no encontraría ninguna oferta de trabajo hasta llegar a las hojas de color sepia y, una vez allí, repasó cada línea en busca de algún anuncio que llamase su atención.

Desde que se graduó no pudo encontrar un empleo a tiempo completo. A veces, se preguntaba por qué había elegido una carrera como Filología Inglesa, con tan pocas salidas profesionales. Seguramente, las cosas habrían mejorado si, en vez de seguir estudiando como quería su padre, hubiera buscado trabajo al finalizar el bachillerato. Ahora vivía, sin grandes lujos, gracias al sueldo como periodista de su esposa, Samantha.

Siguió leyendo el resto de los anuncios sin hallar nada de interés, así que, pasó las páginas rápidamente en busca del crucigrama. Se lo encontró a medio hacer y, como siempre, lo terminó tras corregir algunas palabras incorrectas. De pronto, sus ojos se fijaron en un pequeño recuadro. Aunque se trataba de otro anuncio por palabras, lo que encontró escrito parecía exclusivamente dirigido a él.

"Jacob, llámame. 1-808-CALLME"

El texto, realizado con letra cursiva, casi femenina, le llevó a pensar que podría tener una admiradora secreta. Instintivamente, miró a su alrededor, comprobó que no había ninguna mujer en el local y, por supuesto, descartó la idea. Había visto anuncios similares, con textos provocativos, que casi siempre escondían una campaña de marketing bien organizada o un número de teléfono de alguna casa de apuestas. De todos modos, recortó el anuncio con cuidado y lo guardó en su cartera, sorprendentemente, tras la foto de su esposa.

Decidió volver caminando por Cedar Street, paseando bajo los árboles para protegerse del abrasador sol de verano. Solo daba ese rodeo cuando no había nadie esperándole en casa y esto sucedía, últimamente, demasiado a menudo. Preparó algo para comer y esperó a que Samantha volviese de una reunión de empresa para tomar un café con ella. El resto de la tarde lo pasó organizando los trastos viejos del garaje; olvidando, por unas horas, los problemas económicos que empezaban a tener.

Por la noche, con Samantha ya acostada, recordó el enigmático mensaje y una extraña ansiedad se apoderó de él. Mientras la intranquilidad continuaba minando su interior, sonaron las dos de la mañana en el reloj del salón. Decidió que tenía que acabar con eso, se levantó, sacó el recorte de su cartera y se dirigió a la cocina. Tras descolgar el teléfono y dudar un instante, marcó el número. Una voz femenina respondió desde el otro lado:

"En estos momentos no puedo atenderte. Por favor, Jacob, llámame de nuevo".

No comprendió el mensaje y supuso que su curiosidad vendría reflejada como un cargo de unos pocos dólares en la próxima factura del teléfono, no le importó. Hizo una pequeña bola con el papel y la tiró a la basura; con ese acto, la sensación de desasosiego desapareció y, tras volver a la cama, durmió plácidamente toda la noche.

A la mañana siguiente regresó a la cafetería. Era más barato tomar un café con leche que comprar el periódico. Esta vez, lo primero que hizo fue buscar un anuncio similar al del día anterior, repasando, concienzudamente, cada página hasta comprobar que no había ninguno. Continuó con una rápida mirada a los anuncios de trabajo, acabó el crucigrama y regresó a casa. Hoy tampoco había tenido suerte.

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Retiró, meticulosamente, la nieve del parabrisas con una rasqueta de plástico. El invierno estaba resultando tan frío que, antes de subir, ya sabía que su coche tardaría en arrancar; no se confundió. La única manera de llegar a su trabajo era circulando por la estatal 95, dirección al aeropuerto de Bangor y tomando una carretera comarcal en la primera salida. Desde mediados de Septiembre estaba trabajando en una franquicia de la U-Haul Company y el único requisito para que lo admitiesen fue la recomendación de Andrew Duncan, el director del Bangor Daily News.

En el trabajo se encargaba un poco de todo; desde inscribir en la base de datos a un nuevo cliente hasta vaciar el cenicero de un camión de mudanzas a su regreso. En su hora libre solía acercarse al Dunkin' Donuts de Odlin Road para tomar un café y hacer el crucigrama. Como siempre, le tocaba finalizar lo que otros habían iniciado. Ese era el único esfuerzo mental que realizaba a lo largo de su jornada.

Una fría mañana de Diciembre, mientras esperaba por un "Capuccino", sus ojos se posaron sobre un texto conocido. Allí, nuevamente, por encima del crucigrama, cerca del margen superior del periódico, encontró el mismo anuncio por palabras que había visto seis meses atrás. Un escalofrío recorrió su cuerpo y sus manos empezaron a temblar. Volvió al trabajo sin probar el café y el resto de la mañana se le hizo interminable.

Al igual que la vez anterior, el nerviosismo se apoderó de él. Había pasado la tarde discutiendo con su mujer sin motivo alguno. Como si de una droga se tratase, Jacob sentía la necesidad de llamar; esa curiosidad insana era su síndrome de abstinencia. En vez de cenar junto a Samantha, prefirió quedarse en el garaje esperando que llegase la noche para realizar la llamada.

Cuando comprobó que su mujer se había dormido, se dirigió al salón. Pensó que estaría más tranquilo si llamaba cómodamente sentado en el sofá. Nada más lejos de la realidad. Se sirvió una copa de bourbon y bebió un gran trago, así obtuvo el valor necesario para marcar el número.

Como en la pasada ocasión, transcurrieron unos segundos hasta que la voz femenina contestó:

"Hola, Jacob. ¿Cómo estás, cariño? Esperaba tu llamada".

Esta vez no se trataba de una grabación y se sorprendió al escuchar una voz en directo al otro lado de la línea telefónica. Se puso nervioso, le temblaron manos y rodillas y, en vez de responder, instintivamente, colgó el teléfono. Fue entonces cuando decidió volver a llamar pasados unos minutos, una vez que se hubiese tranquilizado. Mientras esperaba, rellenó el vaso y lo apuró de un sorbo.

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Samantha estiró el brazo y observó que el otro lado de la cama no estaba revuelto. Tras calzarse las zapatillas, se dirigió al salón, se acercó a Jacob y se cercioró de que ya no respiraba. Escondió la botella de bourbon, recogió el vaso que estaba sobre la mesa y lo metió en el lavavajillas para limpiar todo rastro de diazepam. Desde su teléfono móvil realizó dos llamadas, la primera, al despacho del director del periódico para informarle de que todo había salido como habían planeado y, la siguiente, solo por obligación, al número de emergencias. Mirando a su marido, esperó sentada a que llegase la ambulancia.

Su vecina, la señora Darwin, salió al porche alertada por el ruido de la sirena del coche patrulla y permaneció allí hasta la llegada de la furgoneta del forense. Cuando entró en su casa, decidió seguir fisgando tras la ventana, resguardada del frío de la mañana y, satisfaciendo, así, su curiosidad.

Mientras el ayudante tomaba fotografías del cuerpo de Jacob tendido sobre la alfombra, el sheriff recogió el teléfono del suelo, comprobó la última llamada y lo posó en la mesa de castaño. Inspeccionó el resto de la casa, no vio nada sospechoso y regresó al salón.

-Hay ciertas cosas que es mejor mantener en secreto y realizar llamadas a una línea erótica creo que es una de ellas, ¿le parece bien, señora? -dijo el sheriff en voz baja, mientras se fijaba en la gran belleza de Samantha. Ella asintió.

El forense consideró que todo estaba en orden y, sin indicios de haberse cometido un delito, anotó en su informe: "Muerte súbita por paro cardíaco". Por supuesto, no era necesaria una autopsia ni una investigación posterior; el sheriff estuvo de acuerdo.

Una breve noticia en la edición matutina del "The Bangor Daily News" informaba del fallecimiento, por causas naturales, de un hombre en el condado de Maine.

Ahora, Samantha y Andrew tienen "reuniones de empresa" más a menudo, a veces, en el misma cama donde dormía con su marido, otras, en el mismo sofá donde murió.

Esteban Rebollos (Noviembre, 2015)

2 comentarios:

camilo dijo...

Excelente cuanto te felicito Esteban.

Unknown dijo...

Muy bueno.